'Xelajú' Anaya: El oficio del gol

El futbol actual se ha convertido en una ciencia. Conceptos de matemáticas y estadistica se han ido colando poco a poco en las conversaciones futboleras, en el periodismo y en los campos de entrenamiento, y cada vez vuelven más complicado y elitista a un deporte cuya gracia consistía en la simpleza de sus fundamentos.
Hoy son cada vez más comunes los drones, el software de estadísticas, los expected goals, el porcentaje de posesión, la precisión de pases, la cadencia de disparo, las expected assists, etcétera, etcétera.
Pero hubo un tiempo pasado cuando el futbol no eran números, sino arte, y aquellos que lo practicaban no eran máquinas, sino artesanos dedicados a perfeccionar su oficio a través de un milenario método, tan arcaico como eficaz: el método empírico, la prueba y el error.
Pero de entre todos los artesanos que pateaban balones para ganarse la vida, hubo uno que se especializó en el aspecto más valioso del juego; un hombre talentoso, rudo y tenaz, que hizo del gol su especialidad; un hombre que no temió ir a donde ningún mexicano había ido nunca para encontrar su destino: Sergio Anaya Basave, el 'Xelajú', dos veces campeón de Copa y una vez campeón de goleo con el Club León, y un hombre que le entregó su vida al equipo y la ciudad que lo consagraron como ídolo.
“No por nada, pero yo era muy rápido y habilidoso, siempre dejaba a los defensas en velocidad y sabía como meter el gol', recuerda en entrevista exclusiva para Fieramanía, apenas antes de hacer un viaje de más de 50 años años al pasado para rememorar su carrera como futbolista.
Un chico de vecindad
“Yo soy del 22 de mayo de 1942. Nací en la capital, viví en la colonia Santa María La Ribera (actual alcaldía Cuauhtémoc), en Ciprés 126, interior 10, era una vecindad donde nací, y ahí estuve muchos años en esa vecindad. Ahí fue mi infancia hasta que me fui a Guatemala”, arranca el Xelajú, que en ese entonces todavía era Sergio, o 'Kiri', como le apodaba su madre.
Parte de una familia grande integrada por sus dos padres, tres hermanos y cuatro hermanas, Sergio reconoce que al principio no le interesaba el futbol, sino que prefería deportes de contacto, como el futbol americano o el box, lo que ya daba una pista de su carácter indomable y su sangre caliente.
Sin embargo, recuerda que una tarde en la liga de la vecindad, se encontró con el que se convertiría en su mejor amigo y compañero de vida: el gol, y ya nunca se separó de él.
“Mi hermano hizo un equipo con la vecindad del 126 y la del 102, que era de la misma cuadra y nos conocíamos todos. El equipo se llamaba Real Santa María y jugaban en la Venustiano Carranza, por el aeropuerto. Un día me llevaron a verlos y mi hermano ya estaba preocupado porque no llegaban los demás, solo eran siete, y el árbitro ya había pitado. Entonces mi hermano me dijo: 'Te voy a conseguir unos zapatos y te vas a meter para no perder por default', porque ya con ocho ya se podía jugar. Me metió y me dijo: 'Tú te quedas allá arriba, te voy a aventar unos balones a ver que agarras', y por fin que me aventó uno, lo corretié, la agarré, y vi que salió el portero y se la aventé por un lado y metí el gol, y ahí fue cuando me comenzó a gustar el futbol”.
Pero ese primer atisbo de gloria no fue lo único que contribuyó para inclinar a Sergio Anaya al balompié, sino que su picardía lo llevó también a voltear a las gradas.
“Y sobre todo también me gustó porque ese equipo siempre llevaba mucha porra, y las que más gritaban eran las muchachas, y ahí fue donde dije: 'Aquí es'. Mi hermano me invitó a seguir yendo y así empecé”.
Para los 12 o 13 años, cuando ya destacaba en las ligas amateur de la Ciudad de México, los equipos lo comenzaron a contratar. “Yo era muy rápido y muy habilidoso”, repite, y según sus cuentas, llegó a jugar en cuatro equipos a la vez. “Me contrataron para jugar jueves, sábado y domingo, y los sábados jugaba en la mañana y en la tarde, y más o menos sí me daban mis centavitos”.
Pero de todos esos equipos, había uno que destacaba sobre los demás: el Loreto, donde se abrió un espacio por azar, como si el destino conspirara para ayudarlo a destacar.
“Un amigo me dijo que lo acompañara, él jugaba en las reservas especiales del Loreto. Ese equipo estaba inscrito en la Federación, y jugaban contra las reservas del Necaxa o el Atlante. Yo los fui a ver entrenar, y me prestaron un balón para dominarla, y el entrenador, que le decían 'Torito', volteó y me vio, y me dijo: 'Vete a cambiar, vas a entrenar con nosotros'. Y ya entrené con ellos y me registraron”.
En el Loreto fue registrado con los chicos de su edad, pero nunca jugó con ellos, pues de inmediato lo alinearon en el equipo principal, donde jugaba junto a otros destacados futbolistas que años después jugarían en la primera división o la selección nacional, como Agustín 'Yuca' Peniche, Mario Velarde o Panchito 'Flaco' Noriega, con quienes logró afirmarse como una potencia de las ligas juveniles del entonces Distrito Federal.
Pero a la par del Loreto, en la liga de la Venustiano Carranza, comenzó a jugar en otro equipo, donde conocería a un directivo que sin saberlo, cambiaría el rumbo de su vida.
“Los sábados jugaba en el Ferretera Tacuba en la mañana, y en la tarde jugaba con el Xelajú, que era el equipo del presidente de la liga de la Venustiano Carranza, un señor guatemalteco, don Humberto Cantoral, y me invitó a jugar con ellos. Cuando no había portero, yo jugaba de portero, y si no, jugaba de delantero. El señor Cantoral tenía contacto con el Xelajú de Quetzaltenango en Guatemala, y le pidieron tres jugadores: un portero, un medio y un centro delantero. Él ya tenia elegidos a los tres, pero en el Loreto, el 15 de septiembre hacían fiesta y hacían un cuadrangular. Invitaron a la selección de la liga Venustiano Carranza, al Necaxa, y a otro equipo que se llamaba La Hormiga, y nosotros salimos campeones, y al equipo de la selección Venustiano Carranza le metimos como once goles, y yo metí la mayoría, pero pues tenía a Velarde y a Peniche. Y después de eso, me habló el señor Cantoral y me dijo que si me quería ir a Guatemala. Yo le dije: 'Hable con mi papá', porque yo tenía 16 años, era menor de edad. Hablaron con mi papá y mi hermano más grande fue el que lo convenció: 'Déjalo ir, a ver si se hace futbolista, y si no que se ponga a trabajar'. Y así me fui a Guatemala”.
El primer mexicano en Guatemala
En Quetzaltenango, Sergio Anaya dejó de ser un niño que jugaba al futbol por las porras de las muchachas, y se convirtió en un hombre que jugaba por títulos. Y los consiguió, porque sus aportes a la ofensiva fueron determinantes para que el Xelajú MC se convirtiera en el primer campeón de fuera de la capital del país.
“Fuimos campeones de liga y campeones de copa, y del Campeón de Campeones, fuimos tricampeones”, recuerda Sergio con el rostro hinchado de orgullo.
De acuerdo con sus palabras, Sergio Anaya fue junto a un defensa central llamado Humberto Vanderkam el primer mexicano que jugó en la liga de Guatemala. “Yo lo corrobore, pregunté y me lo confirmaron con las estadísticas, y allá me hacen homenajes por eso”, afirma.
Y para ser el pionero, tuvo que ser diferente, y lo fue. El talento que derrochó en el cuadro chapín le valió para ganarse la confianza de su técnico, tanto así que el entrenador decidió hacer lo que se hace con los genios: dejarlo que hiciera lo que le viniera en gana.
“Cuando ya jugué profesional en Guatemala, me dejaban jugar libre. El señor Arnoldo Camposeco era mi entrenador, él se retiró cuando yo llegué y yo tomé su lugar en el campo, y él me decía: 'Tú juega libre, Sergio, tú juega libre', y me acostumbré, y creo que eso fue lo que le gustó a don Luis Grill Prieto y por eso me trajo aquí a León (…) En León siempre jugué de diez. Cuando jugaba de centro delantero era cuando íbamos perdiendo; por lo rápido, me mandaba Luis Grill de centro delantero y buscaba que me dieran bolas en profundidad”.
En el Xelajú, y en la posición que fuera, Anaya contribuyó no solo a los títulos, sino que también ayudó a que dos jugadores salieran campeones de goleo. Pero a pesar de todo, sus críticos demeritan estos primeros logros por el simple hecho de que los realizó en Guatemala, por lo que él deja claro que el futbol es el mismo en todos lados, y que cada título tiene su valor.
“Si hay una pelota de futbol y once contra once, es lo mismo en todas partes. Ese es mi modo de pensar. Claro que sí era inferior al futbol mexicano, y en ese tiempo en México había jugadores muy buenos, pero nos defendíamos”.
Sin embargo, tras un periplo de ocho años en Guatemala, donde habría llegado a marcar hasta 51 goles, Sergio Anaya comenzó a despertar el interés de equipos del extranjero, y aunque su camino apuntaba a El Salvador, a equipos como el histórico FAS o el Águila, al final un entrenador argentino llamado Luis Grill le cambió la brújula y lo mandó rumbo al Bajío mexicano, donde se daría su consagración.
“En el 64 ya me quería vender el Xelajú, había varios equipos interesados, y estaban viendo quién pagaba más porque tenían muchas deudas, entonces hablaron conmigo y yo acepté, me vine de vacaciones a México y cuando volví el presidente del equipo me dijo que hubo varias ofertas, pero que varios socios directivos no quisieron venderme. Entonces me aventé el 64-65, y terminando otra vez me querían vender, estaban interesados el FAS y el Águila, ambos de El Salvador, y eran los que daban más lana, entonces yo le dije al presidente que lo iba a hablar con mi señora y me fui a la casa, pero a las dos horas me mandaron llamar y al llegar me dijeron: 'Acaba de llegar una oferta del León de México, está don Luis Grill en la ciudad de Guatemala y mañana tenemos una cita con él'. Al otro día fuimos a Guatemala, platicaron directivos y el presidente, había dos socios que no querían, hasta que cedieron, y yo hablé con don Luis Grill, acordé mi salario y pues ya me vine”.
Ídolo en el León mexicanizado
Don Luis Grill era un entrenador argentino que había hecho campeón al Municipal de Guatemala y que había sido contratado por el Club León para un nuevo proyecto en la dirección técnica, luego del despido de Luis Luna.
Sergio platica que desde Guatemala, don Luis ya lo quiso llevar al Municipal, aunque él siempre disfrutó de la ciudad de Quetzaltenango, y que no quería irse a vivir a la capital con el Municipal.
Sin embargo, cuando el estratega argentino fue a Guatemala para llevárselo al León, ya no pudo volver a negarse.
“Siempre don Luis Grill me dijo que León era un equipo muy importante, que era campeón y que habían tenido muy buenos jugadores. Yo llegué en el 66 aquí a León, y mi debut fue contra el Monterrey allá”.
Aquí en el Bajío, Sergio Anaya comenzaría una nueva historia de gloria, aunque el comienzo no fue el esperado, y experimentó por primera vez algo con lo que no había batallado nunca: la presión de la prensa.
“Cuando llegué a León, yo me quería regresar a Guatemala, porque como me tiraban los periodistas, don Blas Barajas, en paz descanse, don Juan Alejandri, y Márquez, un reportero de El Heraldo, diario decían: '¿Cómo lo fueron a contratar?', y no decían que yo era malo, pero por ahí le daban... (…) Comenzaron a tirarme con todo y yo fui a hablar con don Alfonso Sánchez, que era el presidente, y me dijo: '¿Y qué? ¿Te vas a rajar?', 'No, don Alfonso, yo no me rajo, pero nunca había pasado por esto', le dije. Y él me contestó: 'Habla con Manuel Ortega', que era el tesorero, y él me dijo: 'No, no, no, aquí tú te quedas y les vas a demostrar el domingo'. Me siguieron tirando en el periódico hasta que llega el partido de mi debut en León, contra el América, y que les metemos cuatro, y yo metí dos, y puse un pase y el otro lo metió el 'Pachuco' López, jugamos en La Martinica, y salí de los vestidores y los periodistas me agarraron, pero se acercó don Manuel Ortega, y les dijo de todo: 'Ora sí, ya les demostró, hijos de su...', y ahí se acabaron las críticas”, recuerda.
Ese partido contra el América se jugó el 27 de marzo de 1966. Sergio Anaya tenía entonces 24 años, y llegó para reforzar al León de cara a la Copa México 1965-66. De inmediato se hizo importante y ayudó a que el equipo llegará a la final, pero la perdieron contra el Necaxa. Sin embargo, esa final convenció al técnico y a la directiva de que un cuadro con solo jugadores nacionales podía ser competitivo, por lo que dejaron ir a sus últimos extranjeros y emprendieron un periplo conocido como el 'León mexicanizado'.
“Luis Grill era muy exigente, y con todo respeto, si llegaba a ser grosero, pero lo hacía con el fin de que respondieras, que sacaras la casta. Él hizo un buen equipo, el 'León mexicanizado'. Cuando yo llegué, ya eran puros mexicanos, solo estaban entrenando Gerónimo Di Florio, un brasileño, Claudinor Barbosa, y estaba Armando Mazariegos, otro guatemalteco que había traído don Luis también, pero ya estaban de salida, ya solo estaban entrenando. Y a partir de ahí ya fuimos puros mexicanos”.
La fórmula dio resultado, y en el siguiente torneo de copa, que se jugó menos de dos meses después de la final perdida frente a Necaxa, ese valiente León, con Sergio Anaya como punta de lanza, consiguió su primer y único título: la Copa México 1966-67
“Jugamos la copa y nos ganó el Necaxa, y la federación aventó otra copa enseguida. En semifinales jugamos contra Toluca, y jugamos allá en Toluca y nos ganaron 1-0, y viene el Toluca aquí y ganamos 1-0 y nos fuimos a penales. Antes nada más un jugador tiraba tres penaltis. Yo ya me había quitado los zapatos porque yo pensé que no iba a tirar porque acababa de llegar, pero de repente apareció don Luis y me dice: 'Sergio, vení, vas a tirar los penales, porque ninguno de estos quiere tirarlos', y yo dije: 'Pues ni modo'. Del Toluca tiró el brasileño Amaury Epaminondas, y el portero era el español Florentino Pérez. Echaron el volado los capitanes y ellos tiraron primero. Amaury tiró los tres seguidos y los metió los tres, y pues ahí voy. También metí los tres y nos fuimos a otros tres. Tira el primero y lo mete, pero en el segundo lo para Gallardo, y el tercero lo mete, y ahí voy yo, y los metí los tres, y nos fuimos a jugar la final contra las Chivas en el Azteca. Eran las Chivas del Campeonísimo, y les ganamos 2-1, yo metí el gol del gane, y pues son bonitos recuerdos”, concluye.
Al recordar a ese mítico equipo de futbolistas inolvidables para la afición esmeralda, la emoción invade a Sergio Anaya, que se presta a recordar la alineación titular del León mexicanizado.
“Primero era el 'Tongolele' Muñoz el portero titular, y Gallardo el suplente, después era el 'Gallo' Montalvo, Roberto (López) por la derecha, los dos centrales eran Efraín y Gil (Loza), después eran Pachuco 'López' y 'Chavicos' Enríquez. Carlos Barajas, Gabriel Mata o Luis Estrada, la 'Pájara' Fuentes y yo. Buen equipo. Éramos una familia”.
Pero de todos ellos, admite que con el que mejor se llevaba en el campo de juego era con Luis 'Chino' Estrada, otro genio del oficio goleador con el que hizo una mancuerna para la historia.
“Con el que más me llevaba era con Luis, hacíamos una pareja que le decían 'La Pareja Endiablada', porque jugábamos mucho al toque y en paredes. Ya cuando la agarrábamos, o terminaba en gol o en las tribunas, pero siempre terminábamos las jugadas con disparo a puerta”.
De hecho, señala que él fue el que ayudó al 'Chino' Estrada a conseguir su campeonato de goleo en la temporada 1968-69, mientras que el 'Chino ' lo ayudó a él a conseguir el título de goleo un año después, en el México 70.
“A veces también es satisfacción que ayudas a un compañero a que salga campeón de goleo. Yo ayudé a Luis, y Luis me ayudó después a mí; y Carlos y la 'Pájara', todos también ayudaron, pero se siente bonito salir campeón de goleo”.
En ese periplo, cuando ya se convirtió en uno de los mejores jugadores del Club León, Sergio dejó atrás su nombre para pasar a la posteridad con el apodo que lo definiría por el resto de su vida.
“Ya después se olvidó el nombre de Sergio, y me decían 'Xelajú', el 'Xelajú' Anaya. Me bautizó Ángel Fernández, en un partido dijo: 'Sergio Anaya, que vino del Xelajú de Guatemala', y anoté gol y se le salió decir: 'El 'Xelajú' Anaya, anota el gol el 'Xelajú' Anaya', y se quedó”.
Pero esta etapa dorada tuvo que llegar a su fin y la directiva decidió cambiar de rumbo. Pese a toda la calidad del León mexicanizado, no habían logrado competir por el título de liga, por lo que apuestan por destituir a Luis Grill y le dan la dirección técnica del equipo a una leyenda verdiblanca: Antonio Carbajal.
“Cuando quitan a don Luis Grill, traen a Carbajal y él ya no quiso aventársela con puros mexicanos, y contrataron argentinos. En ese tiempo, yo estaba en el sanatorio, porque en un entrenamiento me dieron un balonazo y se me desprendió la retina, y también por eso los contrataron, porque no iba a estar yo, tardé seis meses en regresar”.
Y a pesar de que ganó junto a Jorge Davino, Rafael Albrecht y Juan José Valiente la Copa México 1970-71 ante Zacatepec, reconoce que el paso de jugar con solo mexicanos a la llegada de los extranjeros sí fue más complicado de lo que esperaba.
“Yo ya no estaba a gusto, hubo algunas cuestiones con Carbajal, como la de la camisa. Yo regreso y me dan el 11, y digo: 'Espérate, el mío es el 10', y me dijeron: 'Es que Carbajal dio los números, y el 10 es de Davino'. Y cuando le fui a decir a Carbajal, me contestó de mala forma: 'Los números no juegan, el que juega es el jugador'”.
Esto escaló hasta un punto en el que se formaron bandos dentro del equipo, lo que terminó por apresurar la salida del 'Xelajú' del Club León luego de cinco años en los que marcó 55 goles con la casaca esmeralda.
“Entonces llegó un punto en que yo se la daba a Luis, Luis me la daba a mí, yo se la daba a Valdez y no se las dábamos a ellos, y ellos la agarraba Davino y se la daba a Valiente y Valiente se la regresaba, y solo muy de vez en cuando se la soltaban a Luis. Comenzaron esas situaciones, y a mí me molestó que me quitaron la 10. Y cuando terminó la temporada ya me habían hablado del Necaxa, pero don Manuel Ortega me dijo: 'Hay una oferta del Pumas, ¿te vas a Necaxa o a Pumas?', y le dije: 'Si me van a vender ya, me voy a los Pumas', allá eran puros mexicanos también”.
En Pumas se reencontró con su antiguo compañero del Loreto, Mario Velarde, y coincidió también con Miguel Mejía Barón. Pero el 'Xelajú' estaba acostumbrado a competir al máximo nivel, y su paso por los Pumas no estuvo a la altura de sus expectativas luego de que el equipo no estuviera ni cerca de clasificarse a la liguilla. Además, lesiones en sus rodillas le pasaron factura, y para el final de la temporada 1972-73, su segunda en la UNAM, decidió partir.
“Termina la temporada y le dije al presidente que ya me iba. Hubo equipos que se interesaron en mi, como Pachuca o Zacatepec, a Zacatepec hasta fui a entrenar, se arreglaban conmigo pero no se arreglaban con la directiva porque Pumas a fuerzas querían que les compraran mi carta, no querían prestar, pero sí se me prestaron al Unión de Curtidores”.
En su regreso a León tuvo un paso destacado por la segunda división, pues ese Unión de Curtidores fue líder de su grupo y era uno de los candidatos a ascender, pero se toparon en semifinales con los Tigres de la UANL, quienes los derrotaron con un global de 3-2 para después ganarse el ascenso frente a la U de G.
De cualquier modo, la Federación Mexicana de Futbol aumentaría el número de equipos en la primera división de 18 a 20, por lo que invitaron al Unión de Curtidores a ocupar una de las plazas, aunque el reencuentro con un viejo conocido apresuró el retiro de Sergio Anaya a los 32 años de edad.
“Me vine al Unión a jugar en segunda división. Y después invitan al Unión a la primera división, pero el entrenador era Carbajal, y yo le dije al ingeniero Bautista, que era el presidente, de mi experiencia con Carbajal, y me dijo: 'Él pidió que te quedaras', pero yo le dije que no, y me retiré”.
El retiro y la dirección técnica
Tras el retiro, Anaya volvió a trabajar para el Club León, pero ahora como auxiliar del entrenador brasileño José Gomes Nogueira, quien lo mandó a Brasil para estudiar para convertirse en preparador físico. A su vuelta, el 'Xelajú' se convirtió en el preparador físico institucional del cuadro verdiblanco, y varias veces fungió también como entrenador interino.
De hecho, en el torneo 1974-75 tomó un inesperado protagonismo debido a que Washington Etchamendi estaba suspendido y no podía dirigir desde la banca, por lo que Anaya lo suplió en los partidos, y fue un protagonista de primera mano en el subcampeonato de liga, en el que perdieron el título a costa del Toluca.
“Fue falta en el autogol del 'Cuirio', y el piso estaba mojado y Pineda, el portero, se resbaló y ya no alcanzó el balón, pero tuvimos muchas oportunidades, Salomone, tuvo muchas oportunidades, pero el que nos quitó la oportunidad de ser campeones fue el Unión de Curtidores, que nos ganó acá. Se hizo un broncón, y Carlos Gómez les quería pegar a todos, y Abel Aguilar, que era el árbitro, se le aventó a Carlos para que no se peleara, le hizo una tacleada”, recuerda con desgana.
El 'Xelajú' se mantuvo como el auxiliar y preparador físico institucional a lo largo de los setentas y los ochentas, hasta que para la temporada 1983-84 la directiva despide a Luis Grill, que había regresado al club, y le dan el puesto de manera definitiva a Sergio Anaya.
“La última, cuando quitaron a Luis Grill, ya me dejaron a mí de definitivo. Traje a Gabriel Mata, mi compadre, de auxiliar, y nos comenzó a ir bien, pero había jugadores que habían contratado que habían costado una lana pero que no estaban rindiendo, entonces pues no los metía, uno era Carrillo y el otro era Canessa, que se acababa de casar con Lupita D'Alessio y pues se lo estaba acabando. Entonces los directivos hablaron conmigo, yo les dije: '¿Ustedes quieren que ganemos o quieren que perdamos?', y me dijeron: 'Queremos ganar, pero también entiende...', y mejor les di las gracias, a mí no me iban a imponer jugadores. Después regresó Fekete, y yo me fui a trabajar al Tec de Monterrey, pero de todos modos me quedé de auxiliar de Fekete”.
Tras estos últimos pasos como entrenador en el Club León, el 'Xelajú' se dedicó a entrenar equipos de escuelas como el Tec de Monterrey o la UBAC. Así fue hasta que se pensionó y se retiró en definitiva del futbol para descansar. Hoy vive tranquilo en León a sus 79 años, en la colonia Bugambilias, con la satisfacción que solo tienen aquellos que siempre entregaron todo.
“Esa fue mi vida. Doy gracias a Dios que no se olviden de mi. Tengo una calle con mi nombre, en el estadio hay una foto mía en la salida del túnel”, concluye orgulloso, consciente de que no tuvo en su vida un solo remordimiento ni un rencor que lo carcoma por dentro.
En 1958, cuando tenía 16 años y era casi un niño, llegaron unos directivos a su casa para llevárselo a Guatemala. 'Déjalo ir, a ver si se hace futbolista, y si no que se ponga a trabajar', dijo su hermano.
Pero lo que él no sabía es que ya estaba trabajando en el mejor oficio del mundo, el oficio que le daría de comer por el resto de su vida, el oficio que le haría romper barreras internacionales, el oficio que lo convertiría en campeón goleador de México, el oficio que lo convertiría en una leyenda del Club León y uno de los mejores jugadores del futbol mexicano: el oficio del gol.