Volvimos a casa y fue una noche mágica

16 Mar, 2021
leon necaxa
Goles y Cifras

Había que llegar temprano, porque los asientos no estaban numerados, pero como si fuera una tradición, ya ibas tarde. Al principio los dos cubrebocas no eran problema, pero espera, que eso cambiará con el paso del tiempo. Ya ibas por las semillas que siempre comprabas antes del juego, pero recordaste que no se puede ingresar comida. Llegas al acceso indicado y por primera vez entras sin empujones ni aglutinamientos, pero a pesar de que es el mismo templo de siempre, tú casa de toda la vida donde has sido tan feliz, ahora todo es diferente.

Por fin subes las escaleras, das una vuelta y ves el cielo nocturno de León. Das un par de pasos más y accedes al campo que tanto extrañabas. No puedes creer que estés de vuelta, ha pasado tanto tiempo, y ahora, así como si nada, estás a punto de ver al campeón.

Entonces eliges un asiento donde crees que la visibilidad puede ser mejor y esperas. Estás sentado y ansioso, pero lo que más notas es el silencio. No hay ni siquiera un rumor suave en el fondo, y pareciera que las voces se han quedado atrapadas tras los cubrebocas. Te sientes extraño. Apenas escuchas algunas voces de donde se suele reunir la barra, que intentan un par de cánticos, pero la realidad es que faltan los instrumentos para darles el peso necesario. Hay aplausos y porras esporádicas, pero nada comparable a los gritos de pasión, a la caldera que recordabas en sus mejores días. Ahora todo era silencio, recato, sentarte en tu lugar y seguir las instrucciones para que no te vuelvan a quitar este pequeño oasis de normalidad en un año marcado por la tragedia.

Pero entonces empieza a sonar la música del protocolo y el recato y la incomodidad se mueren. Vuelven los gritos, el 'sale campeón' que te habías guardado desde diciembre, y los aplausos y el reconocimiento que tanto habías esperado para entregarle al equipo que te dio la octava. 

Y desde el inicio comienza la emoción. Casi en la primera jugada de peligro, ves como Rodolfo Cota saca un mano a mano imposible. Te deshaces en elogios hacia el cancerbero campeón y le rindes pleitesía. Cómo hubieras querido estar ahí, detrás de su puerta, para darle todo el apoyo que necesitaba apenas hace unas semanas, cuando todos dudaron de él. Ahora no. Ahora tuvo una redención inmediata que le devolvió el alma al cuerpo, sustentada en el apoyo innegociable de la grada del Nou Camp.

Entonces ya estás aclimatado, has perdido el nerviosismo y el recato inicial y te dejas llevar por el partido. Aún hay silencio, obviamente, pero aprendes a disfrutarlo. Te das cuenta de los detalles que siempre habían pasado desapercibidos: los insultos cada vez más originales hacia los contrarios; los gritos de furia de los jugadores dentro del campo; las clásicas rayadas de madre al árbitro que ahora, en la intimidad del silencio, eran mucho más personales. Y lo disfrutas mucho más cuando cae el primero y sueltas un grito de gol que habías tenido atorado desde hace más de un año. Fue mucho tiempo de caminar solos, pero no se preocupe nadie, porque ya estamos de vuelta.

Necaxa era apenas un pretexto. A los cuantos minutos cae el segundo y confirma que nunca fue rival. Tú disfrutas de tus futbolistas. Por fin puedes ver al 'Avión' Ramírez, o a Santiago Colombatto o a Víctor Dávila sin el filtro de las pantallas. Ahora puedes confirmar con tus propios ojos que son unos 'cracks' o unos buenos para nada, pero ya no dependes de la opinión de terceros, porque ya los has visto.

Pasa el tiempo, cae el tercer gol, vienen los cambios y de pronto, de la nada, resulta que el espectáculo lo redondea Yairo Moreno. Por alguna razón que no entiendes pero que tampoco necesitas entender, Yairo es alabado por todo el estadio en cuanto toma la pelota. Todos piden que le den el balón a Yairo, y se enojan cuando lo ignoran. Es como una broma colectiva de la que obviamente eres parte, y cada que le cae el balón gritas y aplaudes extasiado. El juego ya estaba decidido desde hacía mucho, y era esto por lo que venías, por el show en las gradas, las ocurrencias de los más desinhibidos y la fiesta que solo puede provocar el futbol.

Termina el juego y en el sonido local se escuchan los primeros compases de 'Caminos de Guanajuato'. Empiezas a prepararte para entonar el himno que tanto habías extrañado, pero de pronto el audio se corta para poner las indicaciones de salida. Debes esperar tu turno para salir y evitar las aglomeraciones. Uno más de los estragos de la pandemia.

Así acaba el partido y vuelves al mundo pandémico y cuarentenoso que te tocó vivir. Los oídos ya te duelen como nunca por los dos cubrebocas y solo esperas llegar pronto a casa.

Pero ha valido la pena. Tienes el alma inundada por haber vuelto a presenciar la victoria de tu equipo; o mejor dicho del campeón. Al final, luego de un año de aislamiento y tragedias, recuperaste un pedazo de tu alma, y al menos por un pequeño periodo de dos horas, pudiste disfrutar de la vieja normalidad.

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