La mítica leyenda de los 'Hermanos Muerte'

Fue hace tres semanas, el sábado 13 de junio. La noticia comenzó a rondar en el entorno del Club León, y después fue finalmente confirmada: Gil Loza, ex defensa central del equipo esmeralda, había fallecido a los 77 años de edad.
La muerte por fin alcanzó al último de los hermanos a los que les regaló su nombre, y puso fin a una de las historias más peculiares de la historia del Club León; aquella de los hermanos Loza que se acompañaron el uno al otro a lo largo de su travesía por el conjunto esmeralda, ambos férreos y fuertes, y capaces de darlo todo para proteger su portería.
Y no es un decir. En el Club León de los sesentas, cuando el fútbol todavía era visceral y bravío, los dos aparecieron como la muralla que necesitaba el equipo. Primero, en el año 1963, llegó Efraín Loza, el mayor de los hermanos, quien se había ido a buscar un mejor futuro a los Estados Unidos, en específico a Los Ángeles, California, donde el destino le hizo coincidir con una leyenda esmeralda, Adalberto “Dumbo” López.
Entonces su vida dio un vuelco, porque su camino apuntó al Bajío, donde finalmente encontró su razón de ser, como lo explica el doctor Primo Quiroz.
“Efraín vino al León recomendado por el “Dumbo” López, que lo vio en Los Ángeles y se lo mandó a Luis Luna, que era el entrenador del equipo. Yo todavía me acuerdo que cuando llegó a entrenar todavía llegó con zapatos llenos de tierra colorada de Tepatitlán. Los dos eran gente muy buena onda, y pronto se encariñaron con el equipo”.
Originarios de Tepatitlán, Jalisco, Efraín aterrizó de maravilla en el equipo esmeralda, y no dudó en recomendar a su hermano Gil, pues vio en él la capacidad para formar la dupla sólida e inquebrantable que sería la base de los futuros éxitos del equipo.
“Efraín invitó a Gil a venirse a probar, y le llenó el ojo a don Luis Grill, y ya se formó la pareja”, completa Primo Quiroz.
Y desde entonces ambos cumplieron la misión de su vida: defender la portería esmeralda.
Tras la destitución de Luis Luna como entrenador de los verdes, el argentino Luis Grill tomó el mando de la Fiera. Se dice que era un técnico recio, de carácter indómito, y que sabía sacar lo mejor de sus futbolistas. Él supo ver todo el potencial de los jóvenes futbolistas mexicanos que había en las reservas de la Fiera, y también obligado por las decisiones de la directiva, terminó por armar un plantel con solo jugadores nacionales, en el que la base eran siempre los hermanos Loza desde la central.
“No solo se acoplaron al esquema táctico de don Luis Grill, sino que también por su don de gentes, se acomodaron muy bien con toda la camada de jóvenes leoneses que venían de la Selección Juvenil Guanajuato; llámese Roberto López, “Puskas” García, “Gallo” Montalvo, “Chavicos” Enríquez, Gabriel Mata, “Peterete” Santillán, Luis Estrada, y cuando llegó el “Xelajú” Anaya, también les fue muy bien, y fue mucha su adaptación aquí al medio”, recuerda Primo Quiroz.
El grupo se fortaleció. Sergio “Xelajú” Anaya, centro delantero mexicano traído de la liga guatemalteca, también recuerda que la hermandad comenzaba por Gil y Efraín Loza, pero que se extendía al resto del equipo.
“Éramos muy buenos amigos, casi hermanos, todo el equipo del 66 al 72, que éramos puros mexicanos, éramos como hermanos, nos llevábamos muy bien. Yo tuve mucho contacto con Gil y con Efraín, eran muy buenas personas”, recuerda.
Con ese plantel, el León “mexicanizado” de Luis Grill comenzó a competir en la Liga Mexicana, y pronto Efraín y Gil Loza se hicieron con un nombre propio. No pasaban desapercibidos para ningún delantero contrario, y finalmente el cronista deportivo don Ángel Fernández los bautizó con el apodo de “Los Hermanos Muerte”.
“Ellos eran los dos muy fuertes, con muy buena constitución física, todavía la estatura de Gil era mayor. Siempre dieron el máximo, y dentro de ese deseo de dar el máximo pues una dureza que en un defensa central es necesaria”, explica Primo Quiroz.
Por su parte, otro de sus compañeros en ese entonces, don Luis “Chino” Estrada, rememora que no solo eran conocidos y temidos por los atacantes contrarios, sino que también eran respetados.
“(Los hermanos Loza) Se entendían bien, y en ese tiempo decíamos que uno los hería y el otro atrás los mataba, porque eran muy fuertes para jugar. Imagínate, ¿qué no da uno por un hermano? Y en la cancha si alguien echaba pleito pues ya estaba el otro para defenderlo. Los respetaban mucho en el medio futbolístico, todos los contrarios, todos los defensas, todos los delanteros, porque había delanteros bravos, pero ellos eran muy fuertes”.
El “Xelajú” reitera que ninguno de los dos se andaba con medias tintas, y añade que toda la línea defensiva era un muro muy difícil de derribar.
“Eran buenos jugadores, buenos defensas. El apodo se los pusieron por lo que jugaban, por lo fuerte que entraban, pero eran muy buenos jugadores los dos, y en las laterales teníamos todavía a Roberto López y al “Gallo” Montalvo, pues era una defensa muy dura; no dura en el sentido violento, sino que metían bien el pie y no pasaba nada”.
También Primo Quiroz señala que si bien tenían esa fama de fuertes y duros, todo lo hacían de la forma más leal y sin poner en riesgo a sus contrincantes.
“Nunca fueron mal intencionados, y no me acuerdo que hayan lastimado a alguien de una forma fuerte en una entrada, ni de mala leche ni de mala intención”.
De hecho, el “Xelajú” revela a modo de prueba que si Gil hubiera sido violento, no tendría el récord de 211 partidos jugados de manera consecutiva.
“Si Gil hubiera sido muy duro o violento... Él jugó 200 partidos seguidos, y una persona que entra duro y da patadas hubiera tenido al menos una expulsión. Gil era duro, metía el pie fuerte, pero no era cochino, y fueron más de 200 partidos los que jugó. Siempre con lealtad y al balón, y así eran los dos”.
Pero una cosa es ser leal, y otra muy diferente es defender el orgullo. En un Clásico del Bajío jugado el 14 de abril de 1968 contra el Irapuato en el estadio Revolución, se desató una bronca entre los jugadores de los dos equipos, y los hermanos Loza dejaron claro que no iban a permitir ningún insulto hacia ellos o sus compañeros.
“No eran dejados. Efraín era el capitán y tenía que poner la muestra para defendernos. Eran grandes jugadores, buenas personas, pero en la cancha no vale todo eso, y si había golpes pues había golpes. Yo estuve en ese partido en el estadio Revolución y se peleó toda la gente, arriba y abajo, todos contra todos; estuvo muy fea esa bronca. Desde ese tiempo los clásicos ya eran muy fuertes, venía la gente de allá y aquí también hacían pleito, y aparte los estadios siempre se llenaban; siempre fue un clásico muy fuerte”, recuerda el “Chino” Estrada.
Y el “Xelajú” expande la historia, pues asegura que ese día todos los jugadores respondieron como lo exigía la situación.
“Pero esas eran broncas, no eran rasguños como ahora. No se debía de pelear uno, pero hasta eso eran bonitas (risas), no que ahora que es puro arañazo y aventón, pero nada más. Garantía éramos todos, porque le entrábamos todos. “Chavicos” era bueno para los 'trompones', y yo también. Esa vez a Efraín le pegaron a la mala, por atrás, y le abrieron la ceja, pero después nos desquitamos”.
Entonces Efraín ya llevaba la cinta en el brazo, y ya era conocido como el “Capi” Loza, por eso no tuvo dudas en actuar como se necesitaba, y por eso protagonizó la foto de los periódicos al día siguiente, con el rostro completamente cubierto de sangre.
Pero esa bronca no fue más que una prueba de la determinación y el ímpetu que pregonaba en el equipo.
Gracias a ese carácter y ambición, el León fue campeón de copa en las temporadas 1966-67 y 1970-71, además de finalista en la copa 1965-66, siempre con los “Hermanos Muerte” como titulares indiscutibles, y como argumentos cruciales para conseguir los títulos.
Pero el tiempo no pasó en vano, y Efraín Loza terminó por retirarse en 1971, mientras que Gil lo seguiría un año después. De cualquier modo, ambos se quedaron a hacer su vida en León, pues ya habían terminado por enamorarse de la tierra esperanzadora del Bajío.
Así fue hasta el 30 de agosto de 2017, cuando el “Capi” Loza se despidió de este mundo, y hasta el 13 de junio pasado, cuando Gil partió para acompañar a su hermano en el siguiente viaje.
Terminó la historia de los “Hermanos Muerte”, pero ahora comienza su leyenda. Ambos pasarán a la historia como una de las mejores parejas de centrales que ha tenido el Club León, y quizás la más aguerrida. Eran tipos de honor, que no bajaban la mirada ante nadie, y que representaron el orgullo y el amor al equipo esmeralda como muy pocos lo han logrado hacer.
Por eso el “Chino” Estrada los despide como se merecen, y espera que ni el club ni sus aficionados los olviden nunca.
“No son cualquier jugador, sino que son jugadores que hicieron historia, y son leyendas que en su tiempo fueron ídolos grandes y grandes jugadores. Lógicamente muchos aficionados de hoy no los conocieron, pero el club es el que debe de ver que los reconozcan”.