Amador 'Pájara' Fuentes: amor eterno al Club León

25 Nov, 2019
pajara fuentes leon
Eduardo León

Eran el final de los cincuentas. El Club León ya había ganado cuatro títulos de la incipiente Liga Mayor, y era el equipo más ganador de México. Los Marcos Aurelio, Adalberto López y Antonio Carbajal ya habían dejado a la Fiera en lo más alto, y el futuro esmeralda lucía más glorioso que nunca.

Entonces, Agustín “Peterete” Santillán decidió que era el momento de aventar al campo a un niño de quince años; un chico leonés, delgado, atrevido y encarador, que se fajó los pantalones y la camisa verdiblancas que le quedaban grandes, y le metió el gol del triunfo al Atlas en Guadalajara.

Se llamaba Amador Fuentes, “La Pájara”, extremo izquierdo veloz y diferente, que le entregó su juventud, sus piernas y su vida solamente a los colores verde y blanco de su Club León, y que hoy todavía sueña con los campeonatos que hagan soñar a la fanaticada; la misma fanaticada que tanto lo amó.

“Aunque yo no haya sido campeón de liga, sí siento alegría de que el León quede campeón porque es de mi ciudad. Es una alegría para los leoneses, el público, ellos son los que dan la vida por el equipo”.

Amador nació en León, Guanajuato en 1943, y creció en la calle Madero, en el centro de la ciudad. Leonés de cepa, aprendió desde pequeño el oficio del zapatero en la fábrica de su padre, al mismo tiempo que acompañaba a su hermano mayor, Juan Fuentes, en su carrera futbolística.

Desde muy pequeño se interesó en las patadas y los balones, y el gran descubridor de talentos del Club León, el “Peterete” Santillán, lo llevó a las inferiores esmeraldas, pues su ojo clínico le decía que había un diamante escondido en sus botas.

Ahí comenzó a destacar. Con goles y asistencias, el “Chamaco” Fuentes, como fue apodado en sus inicios, empezó a hacer ruido entre la prensa y la afición, hasta que el “Peterete” le dio la oportunidad de jugar un partido contra el Atlas.

“Le tocó al primer equipo del León salir de gira, no sé que partido tenían, pero dejaron al “Peterete” a cargo para que llevara a las reservas a jugar un partido contra el Atlas en Guadalajara, y me hizo la invitación. En la reserva me iba bien, y en los entrenamientos siempre hacía goles y eso me valía, no era tan tontito. Jugaba de extremo izquierdo”.

En ese primer encuentro con el Club León, Amador Fuentes recuerda haber anotado el gol del triunfo, y asegura que fue el primer paso de un cambio generacional en el que él y su compañeros tomaron protagonismo.

“Estábamos el “Jimmy” Olivares, Miguel Rodríguez, ”Chava” Enríquez, Olegario Montalvo, Gabriel Mata, Marcos Gallardo. Todos estuvimos juntos estudiando en el Instituto Leonés, después en la Selección de Guanajuato, y empezamos a llegar al equipo. Había partidos amistosos y me metían, contra el Irapuato, el Celaya, contra el Oro, pero antes ya había debutado en Guadalajara. Entonces salió Montemayor de la dirección técnica y llegó Luis Luna, y él me dio todavía más confianza, empieza a meterme en cada partido, y empecé a agarrar de titular, y fueron algunos años que ya no lo solté”.

A partir de la década de los sesentas, Amador Fuentes se empezó a apoderar de la banda izquierda de la Martinica. La “Pájara” levantó el vuelo, y su velocidad y picardía se ganaron a la hinchada leonesa, que veía en él a un hombre de casa, identificado con el escudo, con los colores. Había orgullo por ese León de leoneses, pero algo faltaba, porque a pesar de que eran un buen equipo, no pudieron emular los éxitos y los campeonatos a los que se había acostumbrado la afición.

“El León no pasaba de la media tabla. Era complicado, pero en ese tiempo la gente era comprensiva porque sabían de donde habíamos venido, donde habíamos nacido futbolísticamente, la trayectoria que llevábamos, sí tuvieron paciencia. A los que les exigían más era a los extranjeros”.

Y es que en los sesentas, el León pasó de ocupar los primeros puestos y competir por los títulos, a coquetear en posiciones más bajas que nunca antes habían ocupado. Por eso, para la temporada 1965-66, la directiva decide apostar por el técnico argentino Luis Grill, que venía de hacer campeón al Municipal en Guatemala.

Pero el resultado no fue el esperado, y el León termina la campaña en la novena posición de la tabla. En diciembre de 1965, ya sin posibilidades ni de campeonar ni de descender, Luis Grill se va a Argentina a buscar refuerzos, y deja al equipo solo para disputar la última jornada del campeonato contra el Ciudad Madero.

Es entonces, cuando una idea se gesta en la cabeza de Amador Fuentes, que se convertiría casi sin querer en el responsable del mítico León “mexicanizado” de los sesentas.

“A Luis Grill los directivos lo mandaron a Argentina para que trajera jugadores. Estábamos en un entrenamiento, en un interescuadras, pero a mí no me metieron. Se acabó el primer tiempo del interescuadras, y ahí en la Martinica estaban Alfonso Sánchez, Roberto Solís, Manuel Ortega, y algunos directivos más. Se acabó el primer tiempo y me le acerqué al “Peterete” y le dije: 'Oye Pete, se va a jugar el último partido contra el Tamaulipas, ¿por qué no le dices a los directivos que están aquí que nos den chance a los juveniles, a los mexicanos para jugar ese partido?”. El “Peterete” no me contestó nada, pero se fue derechito con los directivos. Cuando regresó, nos pusieron a los puros mexicanos en el interescuadras, y el domingo que vino Ciudad Madero nos metieron a los puros mexicanos, y los puros mexicanos le metimos 4 – 1 al Tamaulipas”.

Esa fue la última prueba que necesitaron los directivos esmeraldas, y con eso se convencieron de que el Club León podría competir solo con futbolistas mexicanos, y leoneses en su mayoría.

“Y así se dio eso, vendieron a Claudinor Barbosa, a Di Florio, que ya iban de salida. Y volvió Luis Grill de Argentina y se encontró con una plantilla de puros jugadores mexicanos, y le dijeron: 'Con esto vas a trabajar'. Así fue como se nacionalizó el León”.

La “Pájara” Fuentes recuerda que, además de la calidad de la cantera, la nacionalización del equipo respondió a una crisis financiera que hizo muy complicados los fichajes. Pero al final Luis Grill y los propios futbolistas pudieron sacar el mayor provecho de la situación.

“Como ya no había dinero para comprar jugadores, pues vendieron a los extranjeros y se quedaron con nosotros. Vendieron a los extranjeros para agarrar dinero, pero les dio resultado porque nosotros no lo hicimos mal, y nosotros ya íbamos entre los primeros lugares y la Martinica estaba hasta el tope, a reventar, y fue cuando fuimos a pedir al gobernador Torres Landa el terreno para el nuevo estadio”.

Luis Grill encaró con ese plantel de mexicanos la Copa México 1965-66 que se llevó a cabo entre febrero y abril de 1966. En ese primer torneo, el León mexicano de Grill alcanzó la final, pero cayeron ante el Necaxa en dos encuentros en Ciudad Universitaria.

“Casi no la cuentan esa, pero también costó trabajo, ahí fue cuando fracturaron al “Chino” Estrada, y a mí también me lastimaron”, recuerda Amador.

La que sí se recuerda es la copa siguiente, que se llevó a cabo entre junio y julio del mismo 1966. En esa ocasión el León le ganó a Pumas, Irapuato, Toluca, y en la final a las Chivas, para levantar la Copa México 1966-67. Fue el único título del Club León en los sesentas, y el máximo logro del León “mexicanizado”.

Pero una de las anécdotas más memorables de esa copa no está en la final, sino en los cuartos contra el Irapuato. Eran los inicios de una rivalidad que se mantiene hasta hoy. En la ida, en Irapuato, empataron a unos, y todo se definiría en la vuelta en la Martinica. Primero, los Freseros se fueron al frente, y acariciaban el pase. Pero entonces apareció Amador Fuentes y empató el encuentro. Se fueron a tiempos extras, y ahí el León definió el partido con dos goles más.

Entonces comenzó una animadversión de los irapuatenses contra la “Pájara”, misma que provocó que los directivos lo cuidaran de esos partidos.

“Me llegaron a no juntar después. Algunos directivos le decían al entrenador que no, que a mí no me llevara. Yo decía: 'Bueno, ¿por qué no me van a juntar, si yo soy el titular', y no me llevaban a Irapuato. Pero cuando me tumbaron los dientes fue acá en León. Siempre les metía gol y ya estaba sentenciado, que cuando fuera me iban a matar y no sé qué, y mejor no me llevaban, me cuidaban”.

Cuando le “tumbaron” los dientes fue dos años después, el ocho de septiembre de 1968, en la Martinica. La “Pájara” se había convertido ya en uno de los principales verdugos freseros, y Luciano Martínez no lo perdonó. En una entrada criminal, le soltó un golpe en la boca que le tiró tres dientes y le abrió el labio.

“Contra Irapuato me tumbaron los dientes. Me abrieron la boca y me tumbaron los dientes”.

Entonces Amador Fuentes vivió su mejor momento. Era un jugador consagrado y titular indiscutible. Coqueteó con la selección mexicana, y no faltaron ofertas para alejarlo del Bajío.

“Zacatepec fue una que parecía que sí me iba, y el Atlante quería que nos fuéramos Di Florio, Carbajal y yo. Esos fueron los que se vieron públicamente, pero pues nunca te dicen( si hubo otras ofertas), porque las negociaciones siempre son de club a club, de directivo a directivo. Pero creo que el América también estuvo interesado”.

Al final su corazón, tatuado de verde y blanco, lo obligó a vestir solamente el esmeralda, y aguantó los golpes y la sangre hasta los setentas, cuando compartió vestidor con Juan José Valiente, con Jorge Davino y con Rafael Albrecht. Pero entonces su cuerpo estaba cansado y golpeado, y decidió que ya era momento de parar.

“Estaba lastimado, y ya estaba muy golpeado. De la piernas no mucho, solo me operé un ligamento, pero donde me fue mal fue en la fractura, en la clavícula, y quedé golpeado. Porque como decía Di Florio: “La más bajita te la van a poner en el cuello”. Así era, esas personas como el Bosco (Juan Bosco, defensa del América), como el “Perro” Cuenca (lateral también de las Águilas)... Los antiguos era lo que hacían, esos llegaban con todo, lo levantaban a uno”.

Con todo, rememora un punto exacto de su carrera, un momento que pudo ser el más brillante pero se quedó en anécdota: su efímero paso por la selección mexicana de futbol.

“Tengo un momento, un gusto, pero no completo: cuando me llevaron a la selección, pero no jugamos. Vas, entrenas, pero no te meten. ¿Cuántos jugadores no se han quedado en la misma? Los llaman, pero no te meten, entonces dices ¿cómo voy a demostrar si puedo o no puedo? Fuimos el “Chino” Estrada, Sergio (Anaya) y yo, pero no nos metieron. Pero bueno, fue un gusto”.

Hoy, con 76 años de edad, Amador Fuentes ya no vuela más por el prado izquierdo de la Martinica, y sus momentos de gloria quedan solo en sus recuerdos, donde vuelve a quitarse las patadas y los golpes con su velocidad supersónica; donde vuelve a humillar al Irapuato para causarles odio y coraje; y donde vuelve a levantar una copa imposible junto a sus compañeros y sus hermanos, muchos leoneses y todos mexicanos.

Hoy el futbol ha cambiado. Queda poco del juego de caballeros de su tiempo, donde te podían romper los huesos y tumbar los dientes, pero donde, paradójicamente, el respeto era lo más importante.

“Ahora vas al estadio y están gritando majadería y media, y eso hizo que me retirara un poquito del estadio. Que bueno que ya lo pararon (el grito), porque era una falta de respeto a los futbolistas y a los niños, porque los niños también ya estaban ahí, me tocó verlos como gritaban y con el papá a un lado, que no los callaba. Yo creo que tiene que haber un respeto también. ¡Qué griten, qué los animen! Pero no eso”.

De cualquier modo, no puede evitar emocionarse con el León actual de Ignacio Ambriz. Desde su trinchera, les recuerda que su identidad es y siempre ha sido ir al frente; matar o morir a la ofensiva.

“Los veo bien, siempre y cuando jueguen para ganar. Hay una frase: ¿Cuál es la mejor defensa? Pues el mejor ataque”.

Apenas hace dos semanas. Otro niño de 16 años hizo su debut con el primer equipo del Club León. Se llama Fidel Ambriz, es leonés, delgado y desgarbado, como lo era Amador en sus inicios. Y más allá de la polémica sobre quién debutó primero, la “Pájara” Fuentes le desea todo el éxito del mundo, y que pueda volar los cielos del Bajío como lo hizo él hace más de cincuenta años.

“Que siga el camino en el que va, que a su entrenador lo obedezca y que recuerde que el chiste no es llegar, sino mantenerse. Que cada día aprenda más de los demás, porque esto no se acaba en lo que yo sé hacer, sino que hay que ver al contrario, al compañero y aprender de todos. Que no se vaya a desanimar cuando no lo metan. Que cuando le den la oportunidad, un minuto, cinco minutos, diez minutos, de titular o como sea, que dé su máximo, lo que él más pueda, que no se reserve nada”.

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