Tiene que haber afición contra Toronto
A lo largo de nuestras vidas, a los aficionados del Club León se nos inculca que el peso de la hinchada se debe hacer sentir en el estadio; que el Nou Camp debe ser una caldera hirviente y que los futbolistas rivales deben tener pesadillas cuando sueñen con volver a pisar el feudo esmeralda.
Nos lo dicen desde pequeños, desde que ingresamos al estadio León a hombros de nuestros padres. Aprendemos que los hinchas del verde y blanco somos conocedores; no nos conformamos con nada, nos gusta el buen fútbol y los goles por encima de todo.
Así, poco a poco, partido a partido, generamos una identidad colectiva que nos ayuda a empatizar con los tipos sentados a nuestro lado, a quienes no habíamos visto nunca en nuestras vidas, pero que por el solo de estar en el estadio ya estamos unidos por uno de los lazos más fuertes y personales que existen: la afición irracional por el mismo equipo de fútbol.
Sin embargo, ese discurso muchas veces se magnifica en nuestras cabezas. Si vamos a cada una de las 18 plazas de la primera división mexicana, seguramente en todas y cada una nos dirán que su afición es brava y se hace sentir. En León, podría ser más de lo mismo, un discurso imaginario diseñado para complacer a los fanáticos, que a su vez se creen la mentira solo para sentirse orgullosos de sí mismos.
Excepto que es verdad.
Así lo vimos todos los Fierabonados apostados en la Puerta 5 durante el partido contra Toluca. No fue un discurso o una teoría, sino que lo vimos con nuestros propios ojos: como Luis García sucumbió ante la presión de la grada, se volteó e hizo gestos de insulto contra la afición esmeralda. Sin el ruido de los tambores y las trompetas, todo se vuelve más personal, y el arquero escarlata sufrió el acoso de una afición incesante que entendió que se había enganchado y que en el resto del partido no lo soltó más. Los aficionados influyeron directamente en un portero que había tenido una noche destacada, y que se desentendió del partido, aunque solo fuera por unos segundos, para darse la vuelta e insultar a los seguidores contrarios. Y ese ya fue un triunfo de la afición.
Y no es la única prueba. En años recientes lo mismo le ha ocurrido a porteros consagrados como Jonathan Orozco o Nahuel Guzmán, que han sufrido de primera mano la presión incesante de la hinchada esmeralda, y que se han derrumbado ante el peso de miles de gargantas deseando que fallen. Aquí no es un discurso ni una teoría; aquí es una realidad: el estadio León pesa, es un infierno para sus rivales y es una ventaja que debemos aprovechar.
Por todo esto es que el Nou Camp debe abrir sus puertas este miércoles frente a Toronto. Aunque sea al 30% y con todas las medidas sanitarias, la afición de todos modos se hace sentir, y lo hará más ante un rival canadiense desacostumbrado al calor y la hostilidad del Bajío.
Debemos estar ahí y apoyar al equipo como siempre lo hemos hecho, desde que nuestros padres nos llevaban en hombros al 'glorioso', cuando aprendimos que nuestra casa se defiende a como dé lugar, y que nadie puede venir a insultarnos sin pagar el precio de la derrota.