Sostener la pirámide

06 May, 2025
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Club León

El futbol en su visión más amplia no es tan distinto a la vida en general. En un mundo regido por los poderosos y soportado por los sometidos, hay que esperar lo peor.

El poder es una de las caras más humanas. Seduce, excita, surca, abate, levanta, juzga y hasta produce padrinazgos. Si no entendemos que los poderosos son los dueños de todo, nuestros días felices están contados: Vivir es fácil con los ojos cerrados, cantaba John Lennon. Si no entendemos que la injusticia puede aplastarnos y que, pese a cualquier inconformidad, forma parte de la rutina, eventualmente habremos de sucumbir ante la frustración.

De tal manera que, sin necesidad de cuestionar cuál idea es la que da origen a la otra, es casi un deber comprender que el poder y el negocio son amigos inseparables. No es obligación, pero conviene analizarlo para que el desánimo no sea reinante.

Siempre hay algo, alguien, que nos puede atropellar sin que ello represente una injusticia, porque también la justicia tiene dueños, que valga decirlo, pueden retorcer la verdad como artesanía de barro fresco. Quienes juegan en el campo de los poderosos, sin serlo, están sometidos a sus reglas no escritas, y no queda de otra que aceptarlas si se pretende competir. Si bien la justicia y la injusticia luchan en la misma balanza, los intereses de los aplastantes vencerán sin consuelo.

En el futbol, los dueños del balón no necesariamente practican este deporte. Su negocio está en abarcar territorios, cumplir metas económicas, fortalecer marcas, ganar adeptos y crear anhelos.

El Mundial de Clubes de Gianni Infantino es un gran ejemplo de cómo se maneja el mundo sin dejar de sonreír. Cabe señalar que lo que unos recriminan, otros aplauden, sin permitir que el balón se detenga. Para que deje de rodar, se necesitarían poderes más grandes que los pozos de petróleo de Arabia Saudita.

El futbol como negocio es el fenómeno económico que ha permitido su propia globalidad.

Existe el aficionado porque define su identidad y porque tiene la posibilidad de ser espectador en cualquier parte del mundo. De ahí que los derechos de transmisión sean una mina de platino para los equipos.

La cadena en este negocio tiene múltiples eslabones: bombazos, campeonatos, marcas, glamour, sueños, idolatrías, fanatismo, pertenencia, identidad, etcétera. Todo sirve, todo se explota, todo se justifica. Dentro del juego económico, la pelota puede mancharse. Así es la vida.

La consigna del aficionado es, sin lugar a duda, pronunciarse al respecto, gritar, ser una voz de protesta, rebelarse, mostrar su inconformidad, exhibir a los responsables, cuestionar, resistirse. Pues es él quien decide pagar por el juego y su globalidad, es decir, sostener la pirámide.

El Club León está hecho de visiones locales sobre la identidad y la trascendencia. Como un equipo alejado de los poderes mediáticos, ha buscado su lugar dentro y fuera de México, con altibajos, ensoñaciones, pesadillas, triunfos, alegrías, tristezas, derrotas, multipropiedades y multipropietarios. Este Club ha descendido y ascendido, ha sido causante de marchas, caravanas y serenatas. Fue fundado por emprendedores y mantenido por el sentido de pertenencia colectivo.

Es un histórico del futbol nacional que no ha esperado dádivas. Lo respaldan sus dirigentes directos, su afición incansable y quienes han escrito su nombre en la enorme lista de jugadores. Desde los distintos flancos que configuran a este equipo, callar y rendirse no está en su sangre.

Este equipo, esta afición, han sobrellevado peores desprecios. Por eso el futbol es como la vida, y aquí, cantaba José Alfredo, la vida no vale nada.

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