López Mateos y Francisco Villa
Vivo en una ciudad pequeña de unos cuántos bulevares. Dos, para ser exacto. Los demás son solo vías transitables.
Mis bulevares hacen esquina y a partir de ella es ida o vuelta: es nervio y victoria; es confianza y derrota.
Desde los dos bulevares se alcanza a distinguir, erigido y familiar, nuestro segundo hogar.
Por uno de los bulevares está el acceso popular y principal. Son los puestos de comida y las camisetas de nuestros y sus colores. Es el recuerdo del aroma a carnitas y cerveza, un domingo al mediodía o el sábado al anochecer.
Los dos bulevares cruzan la ciudad y convergen en el punto histórico de campeonatos y papelitos de colores. Ecos de cánticos y porras perpetuados por cientos de miles de voces que de tanto chocar se quedaron arañando semáforos, pavimento.
Caminé sin cansancio esos mismos pasos y de tanto, mis suelas esconden estadísticas y resultados.
Uno de los bulevares es verde por los árboles, el otro por tradición.