Lo perecedero del futbol
De estar toda la vida en un estadio de futbol aprendí cosas del deporte, la familia y la condición humana.
Sobre lo primero, que el futbol siempre fue, más allá de todo lo pensado y escrito, un deporte y que como alguna vez dijo Valdano: “el futbol es lo más importante de lo menos importante”. Que lo valioso se encuentra en los goles y la capacidad de un portero para atajar un penal o alguna increíble remontada en tiempo de descuento.
Que la pelota no se mancha dijo algún zurdo prodigioso, porque el futbol es un deporte solidario, familiar, un lenguaje mundial y no una mancha de sangre en la camiseta de un equipo.
Porque yo crecí en una cancha de futbol con toda mi familia entera asistiendo fielmente, aprendiendo que se alienta los noventa minutos sin importar nunca el resultado.
En aquellas gradas, la familia de sangre y la de escudo tienen propósitos siempre pensados en amor al club. Nunca adquieres un boleto de entrada pensando en dejar sin vida a otra persona porque no comparte contigo colores en la camiseta. Y sin embargo, en la grada, los cánticos se impregnan de muerte, machismo, homofobia, misoginia, violencia y tantas otras agresiones más.
Al final, esas familias no vuelven a la cancha nunca más y aquello tan hermoso que es el aliento se vuelve un temor latente, motivo suficiente para alejar a más y más personas del futbol.
Me siento expuesto al confesar que más de una vez he creído que entre más se canta en la grada, más alta es la probabilidad de ganar el partido. Y más de una vez el resultado, a veces con goles de último minuto, ha alimentado esa absurda pero confortable idea. Como humano, si me dijeran que las cosas son así, me desgarraría la garganta porque es mi pasión ver a mi equipo ganar. Usar mi camiseta como estandarte y mi voz como el más grande de los empujes es todo lo que quiero mostrar en un estadio.
Quitarle la bandera, la camiseta o la vida a otro aficionado nunca se mostró en las vitrinas como un triunfo, y el número de personas golpeadas nunca subió a un marcador.
De estar toda la vida en un estadio de futbol aprendí que un día puedo salir de casa a ver jugar a mi equipo y no volver nunca más.