León le cambió la vida a Ambriz
Tras reponerse luego de haber contraído el coronavirus y haber terminado en el hospital, Ignacio Ambriz está listo para comenzar una nueva temporada en el Club León, el equipo en el que ha renacido como uno de los mejores entrenadores del fútbol mexicano.
Así, tras sobrevivir al COVID-19 y todavía con la resaca del campeonato, es como Ambriz buscará expandir su palmarés con un nuevo campeonato de liga y de Concachampions, algo que nadie duda que pueda conseguir con la Fiera.
Sobre todo porque si analizamos la historia del actual técnico esmeralda con el Club León, nos daremos cuenta de que ha sido siempre la ciudad guanajuatense la que le ha cambiado la vida.
Su relación con el León comenzó con un contexto desfavorable en 1987, luego de que el cuadro verdiblanco descendiera por primera vez en su historia a la Segunda División, como lo recuerda el propio Ignacio Ambriz en una amplia entrevista con Javier Alarcón realizada a finales del año pasado.
“Me voy un año a Texcoco, pero yo ya estaba un poquito mal, dentro de lo otro que te mencionaba (el alcoholismo y la drogadicción), ahí me quedo un año y me dan las gracias, no tengo a donde ir, y me voy a Irapuato a una posibilidad, me quedo en la casa de Atilio Ramírez, que había sido mi compañero en Atlético Español, me quedo a probar dos semanas pero me dicen que no, y me pasó a León, que acababa de descender. Yo llegué a probarme, en ese momento estaba Pedro García, el chileno, de entrenador, y el 'Camarón' Iturralde era el director deportivo, y les gusta mi forma de jugar y me quedo dos años aquí en León, donde ahora radico”.
Ambriz es un hombre enteramente de barrio, nacido y criado en Culhuacán, en el corazón de Iztapalapa, en la Ciudad de México, donde estuvo expuesto desde edades tempranas a los vicios y la delincuencia, pero curiosamente explica que no caería en esas tentaciones sino hasta que ya era un futbolista profesional.
“Yo soy un tipo de barrio y me tocó ver a mucha gente dentro de la droga, dentro del alcoholismo, y en mi barrio nunca lo hice, lo hice ya cuando empecé a jugar fútbol profesionalmente. Probé la droga, me gustó, y tuve dos o tres años el problema de la drogadicción, donde no me fue nada bien. Sí es cierto que te sientes Sansón, sientes que no pasa nada, una cosa te lleva a la otra”.
Esos dos o tres años coinciden con su llegada a León en 1987, cuando tenía apenas 22 años y comenzaba a destacar en el fútbol profesional en la Segunda División. Ese periodo fue uno de los más complicados de su vida personal, porque además de que comenzó a caer en las drogas y el alcohol, Ambriz estaba solo, pues se había separado de la que sería la madre de sus hijos.
“Habíamos vivido juntos, después cuando yo me voy a León nos separamos, esos dos años me separé. Cuando regresó en 1989 yo la vuelvo a buscar y en 1991 nos casamos”, admite el entrenador esmeralda.
Entonces, solo y en medio de un peligroso idilio con las sustancias, Ignacio Ambriz se vio en una encrucijada ante las dos personas más importantes de su vida.
“Todo mundo siempre me pregunta si busqué ayuda, y no busqué nada de ayuda, simplemente fue que mi madre me encontró en un momento la droga, y la madre de mis hijos me dijo: 'Si tu dices que amas el fútbol, no te amas ni tú mismo'. Fueron dos personas importantes para decir: 'No más, esto se acabó para mí'''.
Ese punto crucial de su vida llegó en León, Guanajuato, y desde entonces Ignacio Ambriz se convirtió en otro hombre.
“Y yo creo que si no hubiera salido, no sé si estuviera en el bote, o si estuviera muerto, pero sé que la fuerza de voluntad que le puse fue bastante grande, fue un reto contra mí mismo, me acerqué a Dios, y hoy te puedo decir que después de 1990 nunca más volví a consumir ninguna droga”.
Incluso a nivel profesional León también le cambió la vida a Ambriz, porque a pesar de la vorágine en la que había caído con las adicciones, su físico y su talento le alcanzaron para destacar del resto y hacer un par de años importantes con la Fiera.
“Necaxa siempre fue dueño de mi carta, me prestaron esos tres años. Yo me echo dos años mal (en lo personal) pero bien futbolísticamente, porque tuve dos años muy buenos aquí en León, llegamos a una final que perdimos al tercer partido en el Azteca contra las Cobras de Ciudad Juárez, yo me quedo, nos fue muy bien, volvimos a clasificar, pero no ascendimos, entonces ya no hubo posibilidades para que me quedara”.
Tras fallar en conseguir el ascenso, Ambriz se despide por primera vez de León y parte de regreso al Necaxa, aunque creía que su destino no pasaba de ser un futbolista de Segunda División.
“Normalmente Necaxa siempre reclutaba a los prestados para la pretemporada, pero yo ya no creía poder regresar a la primera división, ya me había hecho un nombre en la Segunda División, y me acuerdo que Salina Cruz me ofreció un muy buen contrato, pero no querían pagar un préstamo. Me dijeron: 'Si consigues la carta, te contratamos por dos años, lo del préstamo te lo damos a ti, pero consigue tu carta'. Entonces llegó a Necaxa y estaba Anibal Ruíz, el 'Maño', yo habló con los directivos y me dicen que el entrenador nos quiere ver a todos”.
Así, con una oferta interesante, Ambriz decide ser honesto, y le expone su situación al 'Maño' Ruíz, quien tenía otros planes para el destacado centrocampista mexicano.
“Entonces yo le dije: 'Mire, profe, le voy a ser bien franco, yo no creo tener posibilidades de quedarme en Necaxa, yo tengo una oferta así y así, y ayúdeme a decir que usted no me quiere para que me presten mi carta', y para mi sorpresa me dice: '¿Por qué no me deja verlo dos semanas más?', y desde ahí no volví a salir de Necaxa”.
Pero ese no fue el final de sus problemas, porque tras superar su adicción a las drogas, Ambriz todavía tuvo una nueva recaída en el alcoholismo, misma de la que solo lo pudo sacar Manuel Lapuente, cuando lo dirigió en el Necaxa entre 1994 y 1997, y cuando lo convirtió en uno de los mejores jugadores de todo el país.
“En momentos complicados para mí, en esa recaída que tuve en el alcoholismo, fue el profe Lapuente el que me dijo: 'Yo no te veo bien, yo quiero ayudarte y si te tengo que meter a algún lado, te meto'. Y yo le dije: '¿Profe, me está hablando en serio? Yo no tengo problemas con el alcohol', y me dijo: 'Sí, sí tienes'. Así como te la cuento, así me agarró en el vestuario, y cuando salí dije: 'En la torre, ya se dio cuenta'”.
Entonces superó el alcoholismo y encaminaría su vida a ser el capitán de la selección y a pasar sus mejores años en el mejor equipo de México: el Necaxa de los noventas.
Toda esta historia de vida, de superación y de vencer a los demonios la vivió Ignacio Ambriz en el mismo León, Guanajuato al que llegó de nuevo en septiembre del 2018, cuando aterrizó decaído y golpeado entre críticas y señalamientos de los aficionados y la prensa local por su bajo rendimiento como entrenador.
“Pensé que se acababa un poco”, admite en la misma entrevista, luego de que fuera despedido del Necaxa, aunque reconoce que algo dentro de él ya lo había empujado a estudiar al Club León.
“Había estudiado a dos equipos que a mí en lo personal me gustaban: uno era el Atlas, y el León, y al León lo tenía bien estudiado”.
El destino lo volvió a unir al Bajío, a donde llegó y comenzó a entrenar sin haber siquiera firmado el contrato, y hoy, dos años después, puede decir que León nuevamente le cambió la vida.
“Por ahí un 16 o 17 de septiembre del 2018, don Jesús Martínez papá me habla, y me dice: 'Oye, quiero hablar contigo, ve al León, con mi hijo'. Nunca me imaginé que las cosas me fueran a salir tan bien, y que el equipo desarrollara un fútbol tan bonito como lo que tenía en mi cabeza”, admite.
Y es que hoy Ignacio Ambriz es el campeón del fútbol mexicano con un estilo de juego atractivo, ofensivo y de posesión. Ha roto todos los récords y es uno de los entrenadores más deseados del mercado nacional. Sus metas apuntan ya a Europa y a la selección mexicana, y ninguna de las dos opciones suena descabellada.
Este es el ejemplo que nos deja Ignacio Ambriz, que en León tuvo su fondo personal y su techo futbolístico, y que asentado en esta tierra zapatera ha podido resurgir las veces que ha sido necesario para cumplir sus sueños y confirmar que aquí la vida vale lo que nosotros queremos que valga.