La violencia de lo (in)correcto
Un semáforo en rojo detiene a un taxista muy cerca de mí. Me pregunta cuál fue el resultado al verme con la camiseta del León. Empatamos uno a uno, le digo (esa extraña manía de adjudicarse el marcador como si también la afición jugara) ¿y hoy no mataron a nadie?, añade con sonrisa burlona y concluye “vinieron los asesinos”. Con el semáforo en verde avanza y a mí me deja en la banqueta, atónito no solo por la pregunta y la manera de hacerla, sino porque apenas unos minutos antes, dentro del estadio, la gente coreaba el grito de “asesinos, asesinos”, dirigido al club Querétaro.
Un grito que hizo eco más allá de las reacciones del arquero y jugadores rivales, un grito que sonó con el coraje, la impotencia, la frustración que conmovió a un país, pero un grito hipócrita, salvaje, señalador, incorrecto, dirigido específicamente a once jugadores que dentro del campo y a lo largo de sus carreras como futbolistas profesionales soportan situaciones tan diversas como particulares, pero la de hoy, excesiva.
Hay que detenerse a pensar un momento, ¿son los jugadores merecedores de cargar con semejante peso? Este cuestionamiento va más allá de colores y escudos, de justificarnos con la sentencia de que “la afición debe pesar y hacer su juego en la tribuna”, promoviendo el uso de un recurso violento e injustificable como lo fue usar la palabra asesinos para juzgarlos. Hace falta añadir que, entre tantos cantos de tribuna, alguno versa así: “hoy te pido que pongas más huevos, esta tarde al gallo lo cogemos” y de igual manera me cuestiono, ¿un aficionado tomaría a otro del equipo rival y de verdad abusaría sexualmente de aquel?
La violencia desmedida no viene desde el partido fatídico entre Querétaro vs Atlas, proviene de un modelo importado de las barras bravas sudamericanas, muchas veces mezclado con el hooliganismo, el uso de armas como grupo delictivo, el consumo de drogas y alcohol como sinónimo de aguante, canciones incitadoras a la homofobia, el racismo, el machismo y la violencia como modo de vida.
Repudiamos totalmente lo sucedido en el estadio Corregidora, como hemos repudiado montones de acciones violentas en otros estadios del mundo. Queremos justicia, ver a los responsables tras las rejas, el apoyo psicológico y económico de las personas afectadas, pero ¿cómo hacerlo?, si desde la raíz está todo podrido al juzgar a un portero que en aquella tarde hizo lo que podía evitar para que más gente saliera lastimada, con su familia probablemente en la tribuna viendo cómo arriesgaba su integridad, tratando de hacer entender a los que no entienden, calmando a los incalmables.
La solución no solamente recae en registrar a cada uno de los aficionados dentro de un estadio, de incrementar las multas, los años en la cárcel, impedir que ciertas personas vuelvan a un partido de futbol. Porque el problema no es hacer las cosas mal, el problema es saber que están mal y no corregirlas.
Entonces, ¿cuál es la solución?