La loca esperanza esmeralda

21 Aug, 2019
manta los de arriba
Los de Arriba

Los hay de todo tipo, los que vienen la herencia familiar, los que se enamoraron de Tita, los que defienden el escudo como la misma madre, los de la religiosidad quincenal en el estadio, los instagramers que inmortalizan su afición en un apasionado posteo; en fin los hay de todas las edades, sabores y colores, pero de entre todos los aficionados del Club León hay una especie a la que le tengo mucho respeto.

El fan de hoy es orgulloso, besa el escudo en público, va al estadio cada fin de semana con la seguridad de que en su casa es favorito, presume soberbio a su equipo, incluso gasta y se viste con la más reciente playera del equipo, no importa que sea tan fea como uniforme de vendedor de Bon Ice.   

Pero hay que ser honestos, muchos de esos aficionados, en especial los más jóvenes, son nuevos aficionados. Personas que conocieron al León de Matosas y de ahí se dejaron enamorar por un futbol espectacular, vistoso y audaz. Afortunados que no vivieron las penas que embargaban al equipo una década antes de Márquez, Boselli y el 'Gullit'.

Hay algunos que en su infancia y temprana juventud apoyaban otras pieles, Pumas, América, Cruz Azul, el que estuviera de moda; pero en el 2012 cuando la Fiera despertó, aquellos herejes se quitaron las camisetas apócrifas y volvieron como hijos pródigos, arrepentidos y convencidos de que el camino es esmeralda.

A todos ellos la pasión les puede hervir igual o mayor como a cualquier otro, pero en su corazón solo habita la alegría. Su amor viene de una los mejores tiempos que ha tenido el equipo: bicampeones, récords, ídolos, una directiva seria, en fin, época de vacas gordas.

Para esos suertudos el pasado se cuenta con el primer campeonísimo, con el 'Dumbo' López y Batagglia, pueden ver las atajadas de la Tota y los goles de Tita en YouTube, pero afortunadamente, no hay nadie tan cruel que les relate el tormentoso martirio de los 10 años en el descenso.

Y es que esos aficionados que sí recuerdan, que sí vivieron, que sí sufrieron al León en Primera 'A', a esos les sigue escociendo el alma, hablar de esa época de corruptos directivos, de ídolos fugaces y de alegrías a cuentagotas, sería mancillar este presente de ensueño.

Pero son precisamente esos aficionados con heridas aún abiertas, los que merecen un respeto diferente.

Hombres y mujeres cuyas miradas se llenan de gozo con cada gol de Macías, cada drible del 'Chapo' o cada desborde de Mena, pero esos mismos ojos esconden la melancolía de un dolor añejo, como ese prisionero que al salir de la cárcel abraza a su familia y llora de alegría y al mismo tiempo berrea por el recuerdo del martirio y la tortura.

Esos que vivieron, soportaron y decidieron ser fieles a un equipo sin personalidad. Valientes mártires cuyos pechos fueron atravesados con las finales contra Irapuato, Indios o Dorados. En esas mentes vive un León de tonos grises, un estadio con lluvia, un ánimo de incertidumbre. Una afición que esperaba lo mejor, pero siempre estaba preparada para lo peor.

"La esperanza puede volver loco a un hombre", dice Ellis Redding en Shawshank Redemption (1994), así durante 10 años, cada 15 días, miles y miles de locos se citaban en el estadio con la esperanza de que León volvería a ser grande.

Esos aficionados sumisos a un equipo cruel, unos que ponían altares en la vía pública y otros que rezaban en la penumbra rosarios para su equipo. La fe ahí seguía cada torneo, incluso los que dejaron de ir al estadio como castigo, continuaban pendientes, esperanzados, ansiosos.

Latigazo tras latigazo de realidad coreaban a Fierros, el ‘Romita’, Sotilli y Romero. Ese sufrimiento generó un tipo distinto de aficionado, cuyas lágrimas son mezcla de alegría y melancolía, sus gritos expulsan el júbilo y ahogan la frustración.

León tiene una afición, grande y fiel, pero entre ella hay diferencias y es que unos vivieron, sufrieron y lloraron 10 años en penitencia y para otros su más grande dolor fue haber perdido la final contra Tigres.

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