Hablemos de amargura
Nacido en el noventa y seis, a la edad de diez años y cuando uno comienza a comprender de mejor manera su entorno, su historia, su realidad, el pequeño Missael no tolera que los equipos de sus amigos jueguen en primera y el suyo no.
No lo entiende. Tigrillos no es lo mismo que Tigres, Socio Águila no es lo mismo que el América y el Mexiquense no es el Toluca.
Tener cinco estrellas en el escudo no es suficiente, el equipo juega en la segunda división y la mente del pequeño no lo concibe. Ese niño y toda una generación nacida del 95 en adelante, creció enamorándose del fracaso, del ya merito, de robos y fraudes, de burlas y carrilla.
¿Y nos preguntan por qué seguimos acá? Es más sencillo con un ascenso, con un bicampeonato, con la atención de los medios y jugadores.
Actas de nacimiento con el nombre de Ángel David, Missael o Everardo; padres y madres, hermanos o amistades que desde la infancia nos inculcaron el amor a un equipo que a comienzos de los 90’s era espectacular, con jugadores inolvidables y camisetas maravillosas.
¡Maldita suerte! Con 6 años de edad el equipo descendía de nuevo y no volvería a figurar en primera división hasta diez años después.
El joven Missael tuvo que esperar hasta la edad de dieciséis años para poder conservar el recuerdo de ver a su equipo en lo más alto.
Y después, para él y para cualquier otro de su generación todo es gloria, todo es ganancia. Pero que no se confunda con conformismo, que termina siendo un argumento vacío.
¿Me quieren hablar de amargura? Hablemos de amargura.