El partido que ganó mi madre
Hoy es viernes 11 de diciembre por la mañana. Anoche se jugó la final de ida entre los Pumas de la UNAM y el León. Acompaño a mi madre a su trabajo, entre las oscuras y silenciosas calles de las 7:00 am.
“¿Qué nos faltó Misita”?, me pregunta con cierta angustia, y con la esperanza de que más allá de darle una respuesta larga con un análisis detallado del partido, le conteste “no te apures, saldremos campeones”. Sin embargo, y porque sé que ella entiende la pasión del fútbol como nadie, y porque no hay otra persona en este mundo con quien me guste hablar más, le doy mi punto de vista, y ella asiente, confirma e interrumpe para darme la razón.
Todo aquel que me conoce, o a mi familia, sabe lo que el futbol representa para nosotros, y lo que nosotros representamos también dentro de. Que la figura de mi padre, sin ánimos de idolatría, es una institución en el balompié local y su historia. Que los años, los sufrimientos y las derrotas nos dan hasta cierto punto la autoridad de opinar sobre aquello que nuestro club significa.
Somos los varones de la familia quienes injustamente llevamos el estandarte de este sentimiento, a sabiendas de que detrás de todo hay una mujer futbolera hasta las chanclas, como lo es mi madre. Porque no, no es casualidad que ella haya sido quien eligió mi nombre, como homenaje al ídolo esmeralda y que con ello, la consecuencia de que llegaran Fabián, Aldo y Esmeralda.
No, tampoco lo es la pasión de Baltazar Gutiérrez, fundador de la porra Ultra Verde, meramente influenciada por Angélica, quien asistía al Nou Camp fervorosamente con el mayor de mis hermanos a principios de los 90 's.
El machismo ha configurado un deporte donde las mujeres tienen más injerencia de la que cualquiera podría entender. Porque no es coincidencia que mis recuerdos más emotivos en cuanto a la pelota refiere siempre han tenido la presencia de mi madre. En “Independiente, mi padre y yo” de Eduardo Sacheri, el escritor nos cuenta la estrecha y breve relación que tuvo con su padre antes de que falleciera, cuando Sacheri era apenas un niño. Todos sus recuerdos giran en torno al futbol. Yo tengo la dicha de tenerla aún presente en todos los aspectos de mi vida, y de, porque no, hacerle este pequeño homenaje en vida.
El partido que ganó mi madre sucedió en Mayo del 2019. A excepción de mi hermano mayor, estábamos todos en la grada aquella tarde. Nos jugábamos frente al América el pase a la final, en un torneo espléndido para nosotros. Recuerdo como sufrimos desde el minuto cero hasta el 90. Yo me tiré a las lágrimas desde que comenzaba el segundo tiempo, pero más allá de que el partido me tuviera así, ese día me emocionaba mirar hacia los lados y verla a ella, a mi hermana y a mis hermanos alentando, en una desesperación tremenda. Ese día yo tenía tantos problemas en mi cabeza que no podía hacer otra cosa más que llorar y llorar. Cuando terminó el partido, hincado en el suelo, soltaba los últimos sollozos y me abrazaba con ella y con todos y sentía más importante su presencia que la hazaña conseguida. Posteriormente perdíamos la final contra los Tigres, y mi madre, por su trabajo, no pudo asistir. Al día de hoy siento que lo ganamos todo esa noche, con ella de titular y referente.
Así, como aquella tarde, el domingo 13 de diciembre del 2020, nos sentamos y presenciamos la final de vuelta, con la cual conseguíamos nuestra octava estrella. Fiel a mis cábalas, preferí ver el partido en casa, con mi familia, y por supuesto, mi madre, la verdadera jugadora número 12.